sábado, 2 de febrero de 2008

Desconcierto

Cuando se abandona la lectura de un libro a la mitad, algo le ha ocurrido al libro. O al lector. Quizá a ambos. Cuando se abandona la vida a la mitad, algo le ha ocurrido a la vida. O a su usuario. Quizá a ambos. Durante una temporada fui vendedor de pisos. Lo mejor de aquel trabajo era visitar las casas vacías de cuyas virtudes tenías que convencer luego a tus clientes. Cada vez que introducía la llave en una puerta sentía una excitación semejante a la de abrir un libro. La lectura de una casa, incluso aunque esté amueblada, dura menos que la de una novela (jamás tuve la oportunidad de vender un castillo), aunque a veces más que la de un cuento. Por lo general, seguía el orden de lectura que proponía la disposición arquitectónica. Pero no siempre. En ocasiones caminaba a ciegas hasta el final del pasillo y recorría la casa al revés, como el que comienza una novela por el final. Me detenía mucho en los cuartos de baño, donde no era difícil encontrar restos curiosos de sus antiguos moradores: un peine torturado, un bote vacío de crema de manos, un cepillo de dientes con las púas aplastadas, una pestaña postiza...
De repente, un día comencé a dejar algunos pisos a medias. Al llegar al centro del pasillo era alcanzado por un desaliento mortal que me obligaba a dar la vuelta con el mismo gesto de derrota con el que decides abandonar en la página 100 una novela de 200. A veces el problema no era de la casa, ni de la novela, sino mío. La pérdida de interés por un piso que había comenzado a visitar con entusiasmo, o por un libro que había abierto con pasión, me sumía en la confusión. Lo peor, con todo, fue el descubrimiento de que puede ocurrir lo mismo con la vida. Un día, de súbito, ya no quieres abrir más puertas ni leer más capítulos. Y te mueres sin saber si la culpa fue tuya o de la puta vida. O de los dos.

Juan José Millás.

Como Millás, alguna vez he sentido la confusión de no entender el azaroso motivo que me da cuerda y me paraliza a su elección. Supongo que es un momento más de nuestro estado de ánimo (como la pasión, la euforia o la tristeza) que debemos gestionar con la tranquilidad que da la vida privilegiada que nos ha tocado vivir, o con la seguridad que nos proporciona la certeza de haber llevado a cabo los sueños que teníamos y de no habernos decepcionado a nosotros mismos. ¿O no?

1 comentario:

C. dijo...

Cuando abandono un libro, suele ser por aburrimiento, porque el libro no era lo que yo esperaba, eso me pasó con el ultimo libro que me compré en el aeropuerto camino a mi nueva casa.

Miedo, desaliento, cansancio…motivos necesarios pero no suficientes para abandonar la vida, y no me refiero a la vida como tal, sino a dejar de lado el formar parte activa de ella para comenzar a vagar por ella, a mantenerme al margen. El miedo y el cansancio hacen que deje mi fuerza a un lado y me dedique a vagar por la vida, como durante muchos años he hecho. Pero es tan fuerte el lazo que nos une a ella que una vez que encuentras esa unión, esa fuerza centrípeta que hace que giremos y giremos sobre nuestro eje miles de veces, es difícil cortarla. Porque hay que aferrarse a la vida para poder vivirla hasta el final. Igual que en los libros, si te entregas a él, si te introduces dentro de la piel de los personajes, llegas a vivir cada historia como tuya y llegas al final de la historia sintiéndote uno mas de la historia. Sintiéndola como tuya.